La pedagoga Patricia Redondo invita a pensar en una educación que cuestione las imposiciones del mercado.

Patricia Redondo es una pedagoga especialista en temas de infancias, doctora en educación (UBA), autora de numerosos libros y publicaciones, y quien ha pisado el terreno de la docencia como maestra directora. Desde esa trayectoria defiende a la escuela como el lugar de lo público, de la igualdad y la oportunidad para contarles a las niñas y los niños el mundo. Ese mundo diverso, que ofrece «todos los colores y no sólo el que muestra el mercado». Es quien ante la fuerte tendencia de la privatización educativa hace un claro llamado a comprometerse con el valor de la educación que se imparte desde el jardín y los primeros grados. «No hay niñez emancipada si hay maestros domesticados y no hay democracia emancipada si hay una educación domesticada», sostiene.

La educadora estuvo en Rosario el viernes 6 de julio, antes de que empezara el receso escolar de invierno. Llegó invitada por Amsafé provincial para inaugurar un curso de formación docente inicial organizado por el Instituto Rosita Ziperovich. Más de 500 maestras se anotaron para esta capacitación, que arrancó en el salón de actos del Nacional 1. En el panel de bienvenida estaba la secretaria general de Amsafé y Ctera, Sonia Alesso; el secretario general de la CTA Rosario, Paulo Juncos; la profesora Alejandra Biancotti y el rector del Instituto Nº 16, Pedro Dabin. En el salón colgaban guardapolvos intervenidos artísticamente y que aludían a la Carpa Blanca de hace 20 años y a la Escuela Itinerante que le dio pelea al ajuste macrista. También se mostraron unos dibujos infantiles preciosos y participó la Orquesta de Instrumentos Latinoamericanos de Granadero Baigorria.

«La infancia representa lo nuevo, la posibilidad del enigma, de alterar lo dado y por eso es peligrosa», dijo de entrada Redondo en su disertación y enmarcó el seminario que se iniciaba en el desafío de «no repetir (lo instituido), de mirar diferente y de acercar nuevas preguntas». En ese camino de interpelar lo dado, llamó a preguntarse por cómo la realidad se nos muestra a través de las pantallas, donde pareciera que hay niños que merecen ser llorados y otros que no. Citó como ejemplo, los chicos atrapados en una cueva en Tailandia, de quienes todo el mundo estuvo pendiente, al mismo tiempo que quizás miles de niños africanos mueren en el mar Mediterráneo tratando de llegar a Europa.

Vínculo pedagógico

Redondo rescató el lugar público de la educación y el trabajo docente, siempre que esta relación esté directamente unida al reparto de la cultura, al necesario «vínculo pedagógico»: «Podemos tener muchas escuelas, muchos jardines, pero no necesariamente tenemos vínculos educativos. Sin ese reparto de culturas, sin esa tríada (educador/a, educando/a y reparto de cultura) donde ese acto pedagógico político se ponga todos los días en juego, es muy difícil pensar que lo que allí acontece es del orden educativo».

Lo dijo para alertar sobre cómo se busca desplazar al educador de la tarea propia de enseñanza. «Las políticas neoliberales nos empujan cada día a despojarnos de los sentidos educativos de nuestra tarea, nos empujan a creer que hacemos tareas asistenciales. Cuando nos llevan a esa disyuntiva donde la escuela queda asociada solamente al discurso de los niños carentes, que son asistidos tutelarmente desde el gobierno a través de un reparto, vía las instituciones escolares, el poder ya cumplió su función. Y cuando nosotros enunciamos y decimos «soy la psicóloga, la trabajadora social, hago de todo en una escuela pero menos lo pedagógico…», cuando nos creemos esa posición hay una efectividad del discurso hegemónico, que se lo asume».

Esa prédica hegemónica también se da en el campo de las infancias. La educadora planteó aquí dar una «batalla central» contra los proyectos que tiene el mercado para la niñez. «El mercado modeliza los deseos de los niños. Está comprobado que más de la mitad de la compra que realizan todos los grupos familiares se deciden por la voluntad de los niños hasta menores de 5 años», marcó. Para abundar en esa idea recordó que basta con pararse frente a las góndolas de los supermercados con niños pequeños y encontrarse batallando «entre elegir un yogur Serenito o un yogur Danonino o un yogur cada vez más pequeño y cada vez más caro, pero que tiene un merchandising de figuras que lo que venden es la imagen y la producción cultural que ofrecen».

O bien cuando las escuelas, incluso de sectores populares, hacen un esfuerzo enorme para llevar al menos una vez al año a sus alumnos a comprar la Cajita Feliz. «La hamburguesa que comen los niños de McDonalds no es un cacho de carne, es un ícono cultural, es un ícono planetario, es un ícono que configura las identidades infantiles como consumidores, antes que estén configuradas como ciudadanos», avisó.

Redondo propuso aquí construir una mirada educativa en alerta. «La educación —alentó— tiene que estar atenta allí al inicio, apenas llegan y los recibimos, a contarles el mundo, justamente el mundo que no podemos ser; a contarles todos los colores y no las paletas que nos vende el mercado. A mostrarles todos los amarillos que hay, no el amarillo que nos están vendiendo y reproduciendo en cada uno de los espacios».

También reflexionó sobre «la escuela como el lugar para reinventar la igualdad». Recordó cómo desde distintos ámbitos —especialistas y medios, en particular— nombran a la escuela y sus docentes en todo «lo que son culpables», en especial si esas culpas se ligan a resultados de pruebas estandarizadas. «Lo que nunca nombran —señaló Redondo— es que cada día de la semana, a lo largo y ancho del país, la escuela es la única institución social que logra alojar, vincular, poner en diálogo con la cultura, en relación intergeneracional, a más de 10 millones de niños, niñas, adolescentes, jóvenes y adultos».

La intención de destituir a la escuela en tanto espacio común y público, como garantía de la igualdad, tiene su correlato en el aumento creciente, entre otros, del homeschooling: el fenómeno doméstico y privado de educar a los chicos en sus hogares. Redondo mencionó este ejemplo para mostrar cómo «las formas de privatización de la educación vienen a partir de las políticas macro pero también a partir de experiencias micro, que se multiplican sobre todo en los sectores medios y medios altos para evitar los circuitos de la educación pública».

El valor de la escuela

Consideró la importancia que tiene el tiempo que los chicos —en especial de sectores populares— pasan en la escuela, no para hacer más de lo mismo sino para «poner a disposición el mundo, para pasarles las señas de la cultura y para que transformen aquello instituido». «Ese es el valor más radical de la escuela: hacer público y común el conocimiento», dijo y llamó a «instalar la escuela como un lugar donde se pueda ser capaz de hablar, donde se pueda ser capaz de leer, de entender, pero sobre todo donde se pueda ser capaz de conversar».

Recordó que los pintores impresionistas se valían para sus obras del discurso de los más pequeños. «La infancia tiene un mundo inspirador para el arte ¿Por qué nosotros hacemos tanto esfuerzo para cosificarlo, para tornarlo un objeto? ¿Por qué, a veces, hacemos que un niño o una niña de grupos populares que ingresa a primer grado con el deseo de aprender a leer y a escribir, llega a sexto y no comprende lo que lee? ¿Qué hacemos allí? Lo que hacemos es escolarizar la escuela y lo que tenemos que hacer es desescolarizarla. Necesitamos interrumpir el tiempo escolar, abrir otros espacios, desobedecer la autoridad que no se sostiene en un fundamento pedagógico. La hemos desobedecido en dictadura por qué no la vamos a desobedecer en democracia.»

La pedagoga recordó que la educación inicial argentina tiene una trayectoria de avanzada que hay que defender. Instó a debatir con las familias, a avanzar en las cuestiones de género, a escuchar a los niños en términos antropológicos, a hacer lugar a la diferencia, al respeto y a que las infancias se logren asumir en su personalidad y afianzar en sus voces. «Los maestros y maestras también tenemos que emanciparnos porque no hay niñez emancipada si hay maestros domesticados y no hay democracia emancipada si hay una educación domesticada».